viernes, 4 de agosto de 2017

El feminismo y el problema de la masculinidad supertóxica


Un serio desafío feminista consiste en cómo hacer frente a machos hiper-dominantes que no están domesticados por ningún tipo de restricción moral o legal. De hecho, restricciones sociales excesivas sobre los machos medios puede ayudar a explicar por qué la masculinidad supertóxica es ahora una vía rápida hacia las alturas del poder político.

Acabo de ver un documental sobre John McAfee, creador del famoso virus McAfee que recordaréis en todos los PC de los años 90. No sabía nada de este hombre antes de ver este film. Quiero desarrollar un argumento que requiere un breve resumen de la historia, de forma que aquí hay una recapitulación con spoilers de la trama. Básicamente, después de hacerse rico por el antivirus McAfee, McAfee tuvo un par de aventuras empresariales fracasadas antes de proceder a pasar por un curso de los acontecimientos descaradamente agresivo, atrevido, manipulador, controlador, arrogante, violento y en último término criminal [1]. Tras unos pocos años como joven predicador y gurú de yoga y wellness en un centro de retiro fundado por él mismo, hay alguna indicación de que le desilusionaron sus esfuerzos para lograr una comunidad igualitaria (insinúa que los demás se aprovecharon de él, aunque esto no es examinado en profundidad). A partir de aquí compra una casa en Belize, contrata a una bióloga idealista de los Estados Unidos para dirigir un laboratorio de medicina alternativa, recluta a los gangsters más duros que puede encontrar para construir una fuerza privada de seguridad, dona equipos a la policía local por valor de millones de dólares, y adquiere los servicios de varias mujeres pobres de la localidad como novias. No está claro para mí de dónde sacó el tiempo para tatuarse también dos motivos tribales.

Sólo para aproximarnos al perfil psicológico y conductual, notar que muy rara vez practicó sexo con sus novias; prefería defecar en sus bocas tumbado en una hamaca. Cuando la bióloga expresa su preocupación por sus relaciones de negocios, la droga y la viola esa misma noche, de acuerdo con el testimonio de la bióloga en el film. Los viciosos perros guardianes de McAfee deambulaban libremente por la playa alrededor de la casa, así que un vecino los envenenó. Entonces, según sugiere el film, McAfee se precipitó a contratar un hombre para matar al vecino. La acusación de asesinato se convierte en una noticia global, y McAfee se embarca en una aventurera fuga internacional. Llega a Guatemala, donde elude ser extraditado de vuelta a Belize fingiendo un ataque al corazón, logrando ser deportado de vuelta a los Estados Unidos. Inmediatamente se presenta como candidato a presidente del Partido Libertario, logrando la segunda posición.

Resulta significativo que el ganador de la elección presidencial de 2016 sea un icono de ignorar las expectativas éticas feministas –en un tiempo en que las expectativas feministas tienen más ascendencia cultural que nunca. Pero quizás fue un golpe de fortuna. La historia de McAfee es profunda porque muestra en horribles e impactantes detalles cómo funciona realmente el deseo hiper-masculino de dominación en la cultura contemporánea: cuando llega lo bastante lejos, destruye rápida y fácilmente cualquier cantidad de indignación y/o restricciones morales, en línea directa hacia el zenit de la jerarquía de dominación global.

La misoginia moderada puede mandarte al exilio en la cultura pública contemporánea, a menudo por buenas razones, pero la hiper-misoginia dentro de un macho inteligente y decidido parece que te da soberanía sobre la cultura pública. Me parece que si el feminismo de hoy tiene un problema catastrófico con el que ser genuinamente alarmista, este debería ser el pequeño número de machos que no serán domesticados a través de la presión social-moral.

En primer lugar, una premisa de mi argumentación es que la cultura de los guerreros por la justicia social es bastante efectiva minimizando los peores límites masculinos de un gran número de hombres, porque la mayoría de los hombres son gente decente que desean gustar y ser aceptados por la mayoría. Este no es un artículo empírico, así que no me adentraré en esto, pero si alguien duda de que hay una pacificación cultural general de la agresión masculina, basta con ver un film al azar de los años 50 y después ver un film al azar de los cines locales actuales. La gente a la izquierda y la derecha no se pone de acuerdo sobre cómo denominar esta tendencia, pero su existencia es atestiguada por todos. Las feministas la entienden en el sentido de que los hombres aprenden a ser menos violentos y opresivos, y las feministas también celebran los efectos positivos a largo plazo de las mujeres en la civilización de los patriarcados violentos. Otros lo ven como un tipo de totalitarismo femenino y como una evidencia de declive civilizacional. Pero el hecho de que la política cultural feminista ha ejercido unos efectos notables y extendidos reduciendo en general la expresión de la agresión masculina en la cultura pública parece algo difícil de disputar.

La hipótesis que quisiera proponer es que esta domesticación social de las tendencias masculinas ha hecho que nuestra sociedad sea más vulnerable a los casos raros de hombres que escapan al filtro del oprobio social. La vida de John McAfee es un caso de estudio de este problema. ¿Por qué la pacificación social de la que una vez fue una masculinidad moderada y popular empodera las formas virulentas de masculinidad violenta? Muchos izquierdistas creen que pacificando a la gran masa de hombres se conseguirá hacer variar toda la distribución de la conducta masculina, bajando el listón de lo malo que pueden llegar a ser los hombres peores. Diría que este es el modelo mental dominante en la mayoría de los guerreros por la justicia social, porque es la imagen básica que procede de la educación en las artes liberales de hoy (la idea de que nuestras imágenes del mundo moldean lo que hacemos en el mundo, y en consecuencia el énfasis en los medios y las “representaciones”).

El problema es que cuando la base de la expresión de dominio masculino se mantiene por debajo de su tendencia orgánica, definida simplemente cómo lo que los hombres harían en ausencia de campañas culturales que se lo impidan, esto hace que se incrementen las ganancias potenciales de aquellos que se atreven a ejercerlo, puesto que hay más recursos para dominar precisamente en la medida en que hay menos hombres para contrarrestarles. Esto no sólo hace que aumenten las recompensas disponibles, sino que disminuye el riesgo de competir por ellas, en la medida en que hay menos ocasiones de ser derrotado por un macho igualmente agresivo, o incluso de encontrarse con competición costosa, en comparación con la que existiría en un mundo con muchos excesos masculinos locales, pero de carácter menor. También podríamos aducir un efecto de “vigilante oxidado”: A través de la domesticación de los hombres a lo largo del tiempo, la mayoría de la gente se vuelve olvidadiza con respecto a lo que los hombres genuinamente peligrosos son capaces de hacer, disminuyendo la probabilidad o la velocidad con la que los hombres machos domesticados podrían despertarse de su letargo.

Otra razón por la que resulta peligrosa la sobre-domesticación de la masculinidad moderada es que se lo pone demasiado fácil a los “malos temperamentos” éticamente laxos para que ocupen las jerarquías locales encargadas normalmente de imponer humildad y modestia en los jóvenes más prepotentes. Si eres un hombre joven muy inteligente, confiado, y decidido, la complejidad que requiere moverse a través de múltiples y distintas jerarquías locales (entre otros machos muy decididos y en ocasiones dispuestos a excesos peligrosos), te enseña desde una edad muy temprana que no puedes ser el mejor en todo. Si te vuelves antisocial serás destruido por otros machos dedicados a mantener la socialidad. Ejemplos de jerarquías locales son las competiciones deportivas, las citas, la ética del honor o el “carácter” en un barrio o comunidad religiosa, o simplemente competiciones micro-sociales como retos de ingenio en reuniones sociales. Todas estas cosas funcionarán como mecanismos de feedback negativo para moderar ambiciones anti-sociales verdaderamente peligrosas en los chicos jóvenes, pero sólo si otros machos son igualmente capaces y están dispuestos a jugar estos juegos de la mejor forma que saben.


Si eres demasiado celoso o inmodesto, engañas e ignoras tu posición dentro de la jerarquía local para dominar a los demás –todas estas cosas tienden a ser restringidas por otros machos de igual impulso y habilidad, que a veces también son peligrosos y tienen interés en mantener a raya a los caracteres más indómitos. Lo que ha ocurrido en las décadas recientes es que una porción no trivial de los machos más inteligentes y ambiciosos de occidente persiguen carreras culturales sustentadas muy específicamente en la infra-manifestación estratégica de sus ansias de poder. Tomemos a alguien como el primer ministro canadiense Justin Trudeau. Es el líder político de todo un país, y nadie puede poner en duda que este hombre posee una voluntad sustancial para elevarse a las alturas a través de una serie de filtros competitivos. Pero él es uno de los mejores ejemplos de como hoy en día la senda hacia el poder para todos los “hombres decentes” consiste en una competición profundamente engañosa por aparecer como alguien que no resulta amenazante. Una razón por la que tenemos a un John McAfee es que fue al colegio con un Justin Trudeau. En todas las jerarquías locales con las que se encontraron a lo largo de su vida, la gente como John McAfee y Donald Trump aprendieron que podían ser tan ambiciosamente anti-sociales como prefirieran, sin ser puestos a raya por ningún otro hombre capaz e inteligente (ya que estos hombres optaron por el capital cultural que resulta de ser feminista). Para el feminismo ver que alguien como Justin Trudeau es realmente un cómplice de los McAfee y Trumps del mundo, es un serio desafío. Si eres un seguidor del primero, también estás apoyando objetivamente y produciendo a los segundos.


Creo también que gente como McAfee y Trump aprenden pronto en la vida que si eres expulsado de grupos sociales por sobrepasar expectativas morales, entonces simplemente puedes dirigir tu inteligencia anti-social a hacer dinero del modo más eficiente. Esto es, otro problema clave es que el los países seculares y avanzados como los Estados Unidos, si eres lo bastante inteligente y decidido, una senda vital plausible consiste en aceptar un absoluto exilio social mediante la conversión de toda tu energía en acumulación de capital económico, y entonces construir un nuevo cosmos social para tí mismo. Lo interesante es ver que esto sólo es plausible material y psicológicamente en un estado muy tardío del capitalismo occidental avanzado, donde los criterios de valor no económico han desaparecido por completo. Si antes veíamos que una razón para el surgimiento de los McAfee y Trump de este mundo es que no había suficiente agresión masculina local para ponerlos a raya a lo largo de su vida, aquí notamos que el problema específico es que a la sociedad secular le falta una forma eficaz de adjudicar un carácter humano que sea distinto al poderío económico. En esta dimensión particular vemos que la correlación contemporánea de anticapitalismo y secularismo/ateísmo realmente es un bucle insostenible, debido a que nunca se tiene una base eficaz para un cambio cultural anticapitalista si no aceptas la posibilidad de que los valores procedan de algún lugar más alto que la realidad práctica. Por supuesto, las personas fingen que valoran otros criterios, pero esos criterios no cuentan en la selección del que consigue ganar la atención en último término, la estima y el poder en la sociedad en su conjunto. Ninguna persona, ninguna entidad, en toda la vida de estos hombres fue capaz de convencerles de que existían cosas en la vida más poderosas que el dinero, por la simple razón de que muy rara vez se cree realmente esto. Es así cómo los machos ambiciosos más tóxicos fueron los primeros en darse cuenta de que uno puede muy bien despreocuparse por todo el juego de respetabilidad social y apuntar a lo alto de todo a través de una vía radicalmente irreflexiva de acumulación de capital.

Otra razón por la que la restricción de la toxicidad masculina moderada podría incrementar el poder de la masculinidad supertóxica es que los machos podrían desarrollar un apetito más patológico de poder debido a la falta de oportunidades para saciarse de forma saludable. Hubo un tiempo (para bien o para mal) en que el poderío masculino prometía un justo número de satisfacciones inmediatas. Los mejores jugadores de football recibían el favor genuino de las chicas más deseadas en el instituto, digámoslo así. Pero incluso a partir de mis propias observaciones a medida que maduraba, resultaba fácil ver que a medida que mi grupo de edad de hace 10 años llegaba a los 17 años de edad, el poderío convencionalmente masculino se hacía cada vez menos eficaz a la hora de conseguir recompensas sociales inmediatas. Hacia el fin del instituto, las chicas más deseadas estaban interesadas –y no bromeo– en participar en un equipo competitivo de rol-playing de negocios a nivel nacional. Esto me sugiere que las jerarquías de dominio dejan rápidamente de recompensar las expresiones convencionales de conductas masculinas de dominio en favor de la capacidad para disimular elegantemente la conducta de dominio.

Hoy en día toda la maquinaria básica evolucionista relacionada con el emparejamiento y la competición por el dominio sigue a pleno rendimiento, pero resulta muy confusionista debido a que crecientemente las mujeres seleccionan a los machos que ocultan su poder del modo más creativo y eficaz. Esto significa que justo los machos más abiertamente agresivos son los que menos posibilidades tienen de recibir las pequeñas y básicas dosis de amor y estima que todo ser humano requiere, en las primeras experiencias de socialización. En combinación con el argumento anterior sobre el poder del dinero, es fácil ver cómo y por qué la apuesta feminista por qué machos deben ser seleccionados por las hembras (definiendo dominio como el disimulo de dominio), tiene la consecuencia indirecta de permitir que los machos más irremediablemente narcisistas y ávidos de poder busquen la dominación social a través del capital, como requisito básico para el auto-mantenimiento psicológico.

John McAfee y Donald Trump son de esos tipos de los cuales puede decirse, literalmente, que son capaces de hacer que todo el mundo se conforme a sus caprichos. Pueden hacerlo de forma repetida y sostenible, incluso cuando un buen número de oponentes interesados están viendo lo que hacen, e incluso dando publicidad a la indignación moral de todo el mundo cosmopolita y respetable. Lo que resulta genuinamente amenazador y peligroso acerca de los machos poderosos es precisamente que su poder es real, esto es, impermeable a los deseos, intereses y palabras indignadas de la gente menos poderosas.

Me parece que, de forma general, hay dos modos posibles de tratar con este problema. El método popular que ha adoptado el activista cultural consiste en trabajar hacia un estado de expresión de dominio cero en todas las jerarquías posibles locales y globales, lo cual lleva a un riesgo mayor de machos psicopáticos aupándose directamente en lo más alto de la megamáquina, por todas las razones expuestas. Ahora bien, para ser justos, aún veo un modo en el que aún podría considerarse preferible este método: si se cree que el impulso masculino por el dominio pudiera ser socializado a partir de la biología a través de algún tipo de proceso de ingeniería evolucionista. Si este es el modelo, entonces supongo que podría defenderse la ahora popular aproximación como un plan arriesgado pero radical para eliminar para siempre la violencia, o algo similar. Personalmente, lo encuentro difícil de creer, pero esto requeriría un ensayo diferente.

Por supuesto, la segunda solución consiste simplemente en permitir o incluso favorecer pequeñas cantidades de conducta dominante masculina en un buen número de jerarquías locales (con algún margen superior al cero para los excesos peligrosos), conduciendo a una probabilidad más baja de machos psicopáticos escalando hacia lo más alto de la megamáquina.

Un argumento final sobre el rol de la educación superior en todo esto. En las artes liberales contemporáneas, la experiencia educativa primaria es llegar a sentir el poder de las palabras. Esta es una observación importante y real debido a que en las sociedades modernas el orden simbólico ejerce efectos tan extraordinarios como difusos, y yo mismo me he beneficiado de este tipo de concienciación en mi educación con las artes liberales. Este sentimiento también es excitante y empoderador debido a que todos poseemos la capacidad de producir palabras. Pero por esta razón –combinada con el hecho de que la violencia directa en las sociedades occidentales ricas es atípicamente baja en una perspectiva histórica amplia– un buen número de izquierdistas bien intencionados hoy se han olvidado realmente de que existen fuerzas más poderosas que las palabras. Nos hemos olvidado de que el problema real, horrible y trágico del poder consiste precisamente en que aquellos que tienen bastante de él en último término pueden hacer lo que les plazca. Muchos izquierdistas de hoy parecen vivir en la creencia genuina de que si bastante gente dice las palabras suficientes, este es un método viable para restringir cualquier cosa. Pero no lo es.

El documental sobre McAfee es una extraordinaria lección de que no existe ninguna cantidad de moralización capaz de resolver el hecho de que existe una distribución desigual del poder bruto humano a lo largo de la sociedad; ninguna cantidad de “concienciación” o información compartida, o incluso de leyes, puede ser capaz de detener el deseo de poder donde quiera que este se cuele a través de la inhibición social. Uno de los secretos más sucios de la moralidad, y de sus pequeños secretos más dañinos, es que sólo restringe el poder allí donde el poder ya es débil por otras razones. El feminismo contemporáneo al estilo de los guerreros por la justicia social conseguirá que una gran masa de hombres beta sean marginalmente más amables. Pudiera ser que, en intervalos de tiempo cortos y medios, suprima la brutalidad de los tipos alfa que realmente pueden tender a cometer conductas abusivas. Pero también facilitará que donde quiera que surja el deseo masculino de dominio en sus formas más puras, este lo haga con todavía más fuerza, más rápidamente, de forma más impredecible, de modo más completo, y a un nivel socio político más alto del que hubiera podido tener lugar sin el “progreso moral” feminista.

[1] Por supuesto, estoy suponiendo que la narrativa del film es de fiar. No he comprobado nada actualmente. Pero si el film es perfectamente ajustado a la realidad probablemente no es crucial para el argumento que desarrollaré aquí.

Publicado originalmente en la web de Justin Murphy.

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